Hace unos días me
escribía un chico para comentarme que todo lo que digo es molesto. Y tiene
razón. Y no es por lo que yo diga o como lo exprese, sino porque estoy
divulgando la teoría feminista radical. Una teoría y movimiento contrarios a la
pornografía, los vientres de alquiler, la prostitución y que pretende abolir el
género por ser principal causa de la existencia de estas prácticas patriarcales
y capitalistas, que además se sirven del colonialismo. Una teoría crítica con
el transactivismo, la teoría queer y cualquier otra idea con pretensión de ser
aceptada socialmente como progresista, pero que sabemos que daña al feminismo y
a las mujeres. Se pueden imaginar todas las resistencias.
El feminismo radical es doloroso, lo cuestiona todo: desde el modelo socio-político y económico hasta lo más íntimo de nuestro ser. Lo hacemos por coherencia ideológica y ética militante. Cuestionamos incluso la sexualidad, porque el deseo se construye, porque los mandatos derivados del género operan en las esferas más privadas, porque sabemos que "lo personal es político". No pretendo coherencia absoluta para mí ni para ninguna compañera, puede llevarnos a la culpa, y demasiado bien la conocemos. Animo a seguir siendo combativas, a desarrollar un permanente sentido crítico como estrategia política. No hay proyecto de transformación social sin constante crítica a todas las instituciones, prácticas y relaciones que nos perjudican como clase, vengan de donde vengan. Porque además, el feminismo es un internacionalismo.
Somos especialmente incisivas con los aparentes movimientos e ideologías amigas, porque hemos entendido su particular y, para muchos aún velada amenaza.
Tratamos de entender el origen y la raíz de la subordinación sexual, porque ese es el único camino para erradicarla, porque esa es la genuina radicalidad que nos da el nombre. Por todo esto, el feminismo es molesto. Y duele. Para los de fuera y para nosotras mismas. Si quieren superficialidad, futilidad y alegría, el feminismo no es el lugar. Siempre les quedarán la cultura queer o la comedia romántica.
El feminismo radical es doloroso, lo cuestiona todo: desde el modelo socio-político y económico hasta lo más íntimo de nuestro ser. Lo hacemos por coherencia ideológica y ética militante. Cuestionamos incluso la sexualidad, porque el deseo se construye, porque los mandatos derivados del género operan en las esferas más privadas, porque sabemos que "lo personal es político". No pretendo coherencia absoluta para mí ni para ninguna compañera, puede llevarnos a la culpa, y demasiado bien la conocemos. Animo a seguir siendo combativas, a desarrollar un permanente sentido crítico como estrategia política. No hay proyecto de transformación social sin constante crítica a todas las instituciones, prácticas y relaciones que nos perjudican como clase, vengan de donde vengan. Porque además, el feminismo es un internacionalismo.
Somos especialmente incisivas con los aparentes movimientos e ideologías amigas, porque hemos entendido su particular y, para muchos aún velada amenaza.
Tratamos de entender el origen y la raíz de la subordinación sexual, porque ese es el único camino para erradicarla, porque esa es la genuina radicalidad que nos da el nombre. Por todo esto, el feminismo es molesto. Y duele. Para los de fuera y para nosotras mismas. Si quieren superficialidad, futilidad y alegría, el feminismo no es el lugar. Siempre les quedarán la cultura queer o la comedia romántica.
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